Cuando son pequeños nuestros hijos, nos aman, nos quieren y nos respetan.
Cuando crecen, acaso ya no nos aman, tal vez ya no nos quieren o quizás ya no nos respeten.
Si, ellos empiezan a llevar a la corte de su intelecto nuestras actuaciones, nos echan en cara que los hayamos conducido con mano dura y con rectitud.