22 feb 2012

Constancia de que envejezco



Veo mis manos, las arrugas han borrado las cicatrices, palpo mi rostro y me encuentro con una piel marchita. No es nostalgia de nada, sencillamente me doy cuenta que soy viejo. Aprieto mi piel, la siento, y me convenzo de que existo.

Intentar convencerme de que existo no es tarea fácil, sobre todo si enciendes el televisor o lees una revista y te das cuenta de que las personas viejas no existen, así, sencillamente no existen, ojeo la revista o cambio el canal y ahí perdido aparece una persona como yo, pero es tan rápido que hasta creo sucedió solo en mi imaginación.


Yo soy de los tiempos en que las familias eran grandes y sin embargo la coca cola familiar era de un litro.

En la mesa, siempre, invariablemente, estaba el abuelo. Los que crecimos así, pensamos en ocupar su lugar algún día ¿y cuantos no somos huéspedes de un asilo?, confinados primero a una visita dominical y después, con el surgimiento cada vez más común de “cosas importantes”, nos relegan a una visita mensual.

Después de convencerte de que existes, ahora hay que convencerte que eres útil. Aquí donde la fuerza de trabajo lo es todo quedas relegado. Veo un viejo en el televisor y me alegro, después de todo si existimos, pero ese es un viejo inútil, que aparece de vez en cuando y solo para dar un “buen consejo”, los viejos servimos y damos para más, incluso en trabajos de desempeño físico podemos más que muchos chavales vaquetones, y lo sé porque también fui un chaval vaquetón que me avergoncé de que un viejo pudiera más que yo.

Es peligroso no convencerse de que los viejo somos útiles, así es como nos hemos ido extinguiendo.

Estar segregado para convivir “con gente de tu edad”, “con gente como tú” (a veces me pregunto si no es un apartheid) es peligroso, sí llega al asilo alguien convencido de la inutilidad de los viejos, es peligroso porque eso se contagia. He visto a tantos marchitarse y extinguirse en tan poco tiempo, que ni pude conocerlos. Por eso éste ejercicio de convencerme de que existo y de que soy útil, aunque sea para quejarme, no es tan banal, no para mí.

Quienes nos rodearon se ofenden cuando un viejo en un ataque de gratitud lo deja todo al asilo, o a quien lo cuido, una persona extraña en casa. Pero es sencillamente cosa de equidad. Ellos se fueron no cuando eran bebes y necesitaban de nosotros, no cuando eran adolescentes y no se pudieron comer el mundo, no cuando los excesos de la juventud los cacheteo por inmaduros, ni se fueron tampoco cuando fueron aprendiendo a ser padres mientras aún los guiábamos, no. Se fueron cuando nos hicimos viejos, y aquí es cuando llegaron esos otros desconocidos. Cuando la soledad es mayor llega esa compañía, esos conocidos que no te esperas, si uno esta en casa siempre son lo nietos, pero acá somos todos.

Quizá en esa terca actitud de nunca envejecer han decidido relegarnos, puede ser que vernos constantemente les recuerde el inexorable futuro. Las cremas no detienen el tiempo.

Alguien llama afuera, son unos mocosos que vienen a jugar fútbol… si, también jugamos.

Fuente HECHF
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